jueves, 3 de mayo de 2007

Las mañanas que conozco.


Un perfecto pacto de canción, con antelación, así saludás al director de tus sueños y le servís un café mitad adentro, mitad afuera de la taza que nunca leíste. Dice tu nombre, y lo vas a llevar todo el día a pasear por papeles que terminan en cajones y pasan por los dedos de la gente que no sabe de vos más que tus números, los números que decís que no te importan. No te hagas preciso. No te hagas competente. No seas un idiota. Esa canción de las mañanas deserotiza a tus pestañas que llevan besándose horas, como respirando un campo.
Vendele a tus muñecas algo que no las sacuda, que no rete a tus piernas, que no rete al conductor del tren, a la señora que siempre mira los platos del bazar. Anteayer no te hiciste. Ayer no te hiciste.
Subis el ascensor, te sentas. te sentas. te sentas. te sentas. te sentas. te sentas. te sentas. te sentas. comes. dormis. dormis y hoy tampoco te hiciste.
No comiste chocolate, no te acordaste del verano, no te enamoraste en el subte, no hiciste burbujas con el jabón.
Una noche perfecta para destruir esa banda ensayada que está producida por el dueño de tus numeritos.
El que los tiene en una bolsa para siempre cambiar uno por otro.
Que no te digan como ponerte la corbata. Dale a tus noches un poco de mirar las estrellas y un poco de no mirar para afuera. Que se vuelva un lago en tus manos el rocío y que mojes el piso con tus pies desvelados.
Mañana nadie le canta a tus ojos, a menos que vos lo permitas otra vez.
A nadie le gusta que lo despierten con un vaso de agua en la cara.

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